miércoles, 23 de noviembre de 2011

Palabras, palabras, palabras

Miguel empieza su día, como todos los demás días de su vida. Hoy tiene que escribir una crónica sobre cierto conflicto armado en alguna parte del universo. Una pregunta lo levantó esta mañana. No ha dejado de dar vueltas en su cabeza toda la noche. Aún no decide como abordará el tema, si contar o no aquello que pocos como él saben y no se atreven a denunciar. Las fuerzas armadas del país en conflicto no solo matan a los subversivos, sino también a gente inocente. El riesgo es grande y no garantiza que le vayan a creer. Miguel no confía en la fuerza de la palabra escrita.

¿Qué se necesita para cambiar el mundo? ¿La posibilidad de escribir sobre lo que creemos o sabemos? ¿Es suficiente eso? Evidentemente, no es suficiente pero sí contribuye en gran medida. La historia nos ha demostrado que la palabra tiene poder. Por eso, el surgimiento de la imprenta fue acompañado de la censura. Por eso, periodistas y escritores han contribuido a cambiar el mundo con sus escritos. Por eso, antes solo los poderosos sabían leer y escribir. Creer que la palabra escrita tiene un poder innegable es la utopía de todo aquel que escribe y es leído por otros.

“La escritura sólo raras veces, en casos excepcionales, influye en la gente. Y, en el transcurso de la historia, no lo hace de forma directa, radical y de inmediato” diría Ryszard Kapuscinski. Lo importante es tenerle fe, porque los resultados no serán rápidos. Mucho menos en esta era en que la información viaja velozmente y las personas somos bombardeadas constantemente con palabras que poco a poco pierden su valor. La clave está en siempre escribir como si fuésemos a cambiar el mundo con lo que decimos. Mantener la fe.

1 comentario:

E dijo...

Y ahora, nace el hipertexto. De nuevo la misma historia, la misma fe.